Por Uriel González :: @urielgonzalez
A mediados de la década de los 60s China estaba sumida en el caos
de la revolución cultural, impulsados por Mao, millones de jóvenes guardias rojos
tomaron las calles, escuelas y fábricas en toda China, imponiéndose sobre la
burocracia comunista tradicional en nombre del fanatismo más extremo hacia el
Presidente Mao.
En medio de estas cruentas luchas de poder, Mao recibió un día de
1968 al Ministro de Relaciones Exteriores de Pakistán, quien le entrego
de regalo una canasta de mangos, fruta hasta el momento prácticamente
desconocida en China.
¿Qué tiene de especial esto? Al parecer nada…pero dentro de las
luchas anárquicas de las distintas facciones en la revolución cultural los más
pequeños gestos de Mao constituían la fuente de legitimidad más incontestable
para cada una de las pandillas de guardias rojos que asolaban el país, así,
millones de cartas y solicitudes se enviaban a cada minuto a Beijing para que
el Presidente Mao expresara su parecer sobre una disputa en alguna escuela
agrícola, granja comunitaria o fabrica, muchos casos en los cuales y de forma
abiertamente ambivalente, el emperador rojo contestaba los pedidos a favor de
uno u otro de los grupos, sin ningún ánimo de parar el caos.
¿Y los mangos?, para dar su respuesta a un conflicto en la
Universidad Qinghua al norte de Beijing, Mao envío parte de los mangos como
regalo al grupo al que había dado la razón en el conflicto por el control de la
universidad, estos mangos a su vez fueron enviados por los maoístas
universitarios a sus lotes amigos en otras ciudades y pronto empezó a correr la
voz de que el Presidente Mao en una muestra más de su bondad había regalado una
fruta nueva y maravillosa a quienes defendían más lealmente su pensamiento
contra los reaccionarios.
Las cartas comenzaron a cambiar, ya que esta vez además de
solicitar orientaciones o denunciar a grupitos rivales, se pedía alguno de
los frutos dorados del Presidente Mao como regalo, ya que para
los millones de jóvenes fanáticos que caminaban al sol recitando las frases del
Libro Rojo, portando retratos de Mao, cantando y bailando canciones que
hablaban sobre su amor y bondad mientras apaleaban y colgaban a sus antiguos
maestros de la escuela o autoridades de sus pueblos acusados de ser
contrarevolucionarios, esta fruta mágica seria definitivamente lo más cerca que
se podría estar de su ídolo máximo.
Para esa altura ya los mangos de la Universidad Qinghua estaban en
pequeños altares en fábricas y granjas en control de los jóvenes
revolucionarios, pero por más maoístas que fueran estas frutas pronto se
pudrieron, a pesar de que algunas se pudieron conservar un poco más en cajas de
vidrio al vacío o cubiertas por capas de cera, pero las solicitudes de mangos
no cesaban así que se empezaron a fabricar réplicas de plástico a escala, que
primero fueron docenas cuidadosamente fabricadas y conservadas, pero luego
fueron cientos, incluso ya fabricadas sin control fuera de Beijing por
revolucionarios de muy buena intención pero que jamás habían visto un mango,
por lo que la ancestral tradición de las copias chinas de productos tuvo esta
vez su expresión en forma de mangos plásticos similares a papas, peras o
manzanas.
La mangomania en marcha
duro más de un año dentro de la ya por entonces sangrienta revolución cultural,
crónicas y registros de la época muestran preparativos en pequeñas aldeas
movilizadas para dar la bienvenida a cajitas de vidrio con mangos maoístas que
llegaban en trenes especiales y se llevaban en largas procesiones, dentro de un
país que había sufrido terribles hambrunas bajo todas sus formas de gobierno,
la identificación de los lideres místicos con la abundancia agrícola o la
asociación inmediata con la comida y la prosperidad era una tradición que bajo
estas nuevas formas continuaba.
Mao seguía impasible el rumbo de los acontecimientos, hasta que ya
al año siguiente surgieron los signos del colapso de la moda de los mangos,
esto al abrirse la variante de los objetos sagrados la que obviamente fue
escalando poco a poco, con manzanas del Presidente Mao, el
lápiz rojo del Presidente Mao y un sinfín de chucherías las que esta
vez reemplazaban a las cartas y eran enviadas a la capital para su aprobación
desde los más remotos confines de China, la mano ya se les había pasado a todos
en esto y en todo hace largo rato dentro de la revolución cultural, pero lo que
termino en definitiva la escalada de objetos maoístas fue una mini-máquina de
rayos X con la frase “Siempre leales al Presidente Mao” regalada por los
obreros industriales de la provincia de Guizhou, a la que los campesinos de la
misma provincia respondieron enviando a Beijing docenas de Cerdos de la
lealtad que no eran otra cosa que lechones con la palabra “Lealtad”
afeitada en la frente.
Al ver que el fanatismo por los objetos maoístas empezaba a ser ridículo
incluso en el contexto de la revolución cultural, Mao, exclamo una orden que
esta vez no fue ambigua:
"Suàn le!" (¡Olviden eso!)
BIBLIOGRAFIA
Murck, Alfreda, Mao's Golden
Mangoes and the Cultural Revolution, Chicago, 2013.