Por Uriel
González :: @urielgonzalez
Anatoli
Vasílievich Lunacharski fue un revolucionario soviético originario de una
familia judío-ucraniana del entonces inmenso y despótico Imperio Ruso; Dentro
de los rudos dirigentes bolcheviques en muchos sentidos Lunacharski - llamado Voinov por sus camaradas - era una excepción,
ya que además del trabajo de agitación política y sus viajes por Italia, Suiza
y Alemania, escribió numerosas obras de teatro y poesía, formo parte por un
breve periodo de los Mezhraiontsy,
una pequeña facción centrista en la pugna entre Bolcheviques y Mencheviques del
Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y defendió públicamente la necesidad de
presentar ante las empobrecidas masas rusas al marxismo en términos de
redención religiosa, lo que frente al dogma del “opio del pueblo” le dio fama
como un experimentado polemista en el partido.
Con el
triunfo de la revolución fue nombrado Comisario del Pueblo para la Educación de
la Unión Soviética, con lo que Voinov gano ahora fama de gran
vanguardista cultural y pésimo administrador estatal, en su primer año a cargo
de la educación revolucionaria convocaría a uno de los espectáculos más
extraños de los duros primeros tiempos de la revolución: El juicio a dios.
En la
madrugada de un frío día de enero en Moscú la multitud se reunió
en la plaza donde estaba montado un escenario con la tribuna del jurado, y los lugares
para abogados y jueces del tribunal del pueblo; En el banquillo de los acusados
se puso una biblia, y durante más de cinco horas se enumeraron los crímenes
contra la humanidad y genocidios que dios había perpetrado a lo largo de la
historia, además de los alegatos de la defensa soviética, los que acordaron
apelar a la “demencia” del acusado para eximirlo de los cargos.
¿El veredicto?:
Culpable.
La condena
seria la muerte.
Durante el
juicio se dejó en claro que por la cantidad de crímenes imputados a dios no
existía posibilidad de apelaciones u otras instancias, así que el día
siguiente, el 17 de enero de 1918, a las seis y media de la mañana los moscovitas
despertaron con el sonido de cinco ráfagas de ametralladoras hacia el cielo que
un pelotón de fusilamiento del Ejército Rojo disparó para hacer cumplir la
condena.
Dentro del
partido Bolchevique se vio con extrañeza esta especie de manifestación artística y surgió un
debate filosófico: El Camarada Voinov al juzgar a dios, ¿no está al final reconociendo
su existencia? y practico, ya que en medio de la horrible guerra civil rusa se consideró
de mal gusto invertir tiempo y recursos en algo tan extravagante como un juicio
a dios, discusiones donde Lunacharski se defendió enérgicamente, ya que al
final, ¿No fue Engels quien dijo que negar que hay contradicciones en la
naturaleza seria mantener una posición metafísica?.
La muerte
de Lenin así como el advenimiento del estalinismo harían que estas discusiones
quedaran en el pasado, y así Voinov fue primero desplazado del comisariado
de educación, y en pocos años se eliminó cualquier rastro de vanguardia cultural.
Hoy, casi
cien años después del juicio no podemos saber si dios existe o es culpable de
algo, pero al menos si existe, con Voinov fue compasivo: Fue
designado por Stalin como embajador ante la Sociedad de Naciones y luego en la
España Republicana, misión a la cual acudía cuando murió en Francia, por causas
naturales, al día siguiente de la navidad de 1933.
Anatoli Voinov Lunacharski no vería las
purgas que eliminarían a todos sus camaradas de la revolución de octubre y muy quizás
ahora no puede o no quiere ver desde el cielo, infierno, o ningún lugar, como
se reconstruyeron las iglesias rusas donde hoy Putin, un duro ex agente de la
KGB, enciende velas para pedir por las almas de los que mueren en una guerra
contra Ucrania.
BIBLIOGRAFIA
Lain Jesus, Mao's
Desde Santurce a Bizancio: El poder nacionalizador de las palabras, Madrid,
2011.
Galeano, Eduardo, Los hijos de los días, Madrid, 2012.
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