Por Uriel González :: @urielgonzalez
El pasado domingo termino luego
de 15 años la emisión de Tolerancia Cero.
Para un niño que sentía cierto
interés en la política a fines de los 90s la oferta en general era escasa y
pasaba principalmente por algunos diarios muy sesgados y conversaciones de
adultos, todo esto con el fondo tan inolvidable como angustiante de las elecciones de 1999 y los torpes pasos que mi generación dio en la pubertad, los primeros
celulares y la masificación de internet.
Escribo lo anterior sin ninguna
nostalgia y solo para decir que es en este contexto que Tolerancia Cero aparece los domingos en la mañana,
acompañándome desde entonces salvo breves tentaciones como lo fueron algunas
temporadas de Los 80s en Canal 13, la etapa mechona de la universidad, ver películas, o mantener la tele apagada.
Mientras somos cada vez más
adultos las noches del domingo se van
convirtiendo en un espacio desagradable, mas allá de los clichés sobre el
calendario (la mayoría de los fines de semana no son tan espectaculares así
como la semana finalmente nunca es tan
horrible) si mucha gente emprende rutinas personales de “preparación” de la
semana que son tan intimas como intrascendentes. Durante estos últimos años el
ritual sagrado de planchar cinco camisas para cada día de la semana viendo
Tolerancia Cero fue una de las constantes cotidianas más permanentes en mi
vida, se de gente que los veía o escuchaba mientras tomaba baños de tina,
cocinaban, disfrutaban del breve momento de alivio y agotamiento después de
hacer dormir a los hijos o algún otro episodio del mínimo espacio cotidiano que
muchos compartimos domingo a domingo entre diatribas y resoplidos de Villegas,
los lugares comunes de Matias Del Rio o las inteligentes pero larguísimas disquisiciones
y preguntas de Fernando Paulsen.
Para el que ha sido fiel al
programa este guardo muchos momentos memorables, recuerdo por ejemplo a Aldo Schiappacasse comentando el golpe de
estado del ya lejano 2002 en Venezuela, los deseos primero inconfesos, luego revelados
-y exitosos- de Alejandro Guillier por llegar al senado, los análisis
exagerados de Sergio Melnick, así como la evolución hacia episodios más
íntimos y reveladores como lo fueron los testimonios de James Hamilton y Pablo
Simonetti, la increpación por su registro electoral a Pablo Longueira seguida de las sentidas disculpas
de Paulsen, la riña entre Daniel Jadue y Villegas, las tiras de Mala Imagen sobre el programa
todos los lunes, muchos códigos, risas, rabias y peleas que la política chilena
en su aburrida cotidianidad y breves polémicas ha mantenido
siendo Tolerancia Cero una de sus vitrinas más interesantes.
¿Qué cambio en Chile estos
últimos quince años? Son tantas cosas y probablemente tan evidentes que una
enumeración no es necesaria, hasta ahora me basto con ver el último programa
con las despedidas de los panelistas, seguidos de un comercial de jeans donde
Fernando Villegas volvía a aparecer para murmurar:
“No hay censura”
“No hay censura”
Ya está, fueron buenos tiempos,
hasta siempre Tolerancia Cero.